Otoño en Galicia: una escapada única por la Costa da Morte
Noticias Planes 16.10.2025
El otoño llega a Galicia como un pintor sereno que derrama sobre la tierra tonos de oro, cobre y esmeralda. En la Costa da Morte, esa estación adquiere una intensidad especial: el mar, todavía indomable, se viste de azules más hondos; los bosques desprenden un perfume a castañas y setas recién nacidas; las aldeas de piedra encienden chimeneas que devuelven a la memoria la sensación de hogar. Quien decide viajar en esta época descubre un secreto que pocos turistas alcanzan a conocer: la Costa da Morte en otoño es un santuario de calma y autenticidad, una experiencia que une gastronomía, paisajes y el placer de perderse en un refugio rural con alma.
El viajero que llega en septiembre o en octubre encuentra un territorio distinto al del verano. No hay multitudes, no hay prisas. Las playas infinitas se extienden solitarias, como si esperaran únicamente al caminante que se atreve a atravesarlas descalzo. Los faros continúan en su vigilia eterna, pero ahora la luz que los rodea es más íntima, más melancólica. El Camino dos Faros, recorrido en esta estación, se transforma en una meditación continua: el sonido de las olas acompaña los pasos y las hojas secas alfombran senderos que invitan a detenerse, a contemplar, a respirar.
Pero si el paisaje se viste de poesía, la mesa gallega se convierte en un festín. El otoño trae consigo las mariscadas más intensas, los percebes que se aferran a las rocas, las nécoras que anuncian los días fríos, las almejas que guardan el sabor exacto de la ría. En las tabernas y restaurantes de la zona se encienden fuegos donde el caldo gallego devuelve calor al cuerpo y la empanada humeante se comparte entre amigos como un rito sagrado. Todo ello acompañado por vinos blancos con acentos de bruma, perfectos para acompañar la frescura del marisco, o tintos suaves que reconfortan al caer la tarde.
En medio de esa celebración de sabores y paisajes aparece un lugar donde todo se une con delicadeza: A Torre de Laxe. Allí, el otoño se vive como una experiencia completa. Las suites con jacuzzi ofrecen un refugio perfecto después de una jornada de senderismo, las cabañas de madera invitan a perderse en el murmullo del bosque, los desayunos caseros saben a despensa gallega y a cariño de hogar. No hay mayor placer que regresar de una caminata por los acantilados, con el aire fresco aún en el rostro, y sumergirse en las aguas calientes de un jacuzzi, dejando que las burbujas devuelvan la calma al cuerpo.
El viajero que busca romanticismo descubre que el otoño es la estación más propicia para sorprender a su pareja. Las tardes más breves se llenan de paseos bajo la lluvia ligera, de chimeneas encendidas, de conversaciones lentas que se prolongan sin miedo al reloj. Una escapada romántica en Galicia en esta época se convierte en un viaje al interior de uno mismo y al corazón del otro, sostenido por el silencio de la naturaleza y por la intimidad de un entorno que no necesita artificios.
Y cuando la noche cae, la Costa da Morte revela otra faceta: el cielo limpio, sin luces que lo perturben, se abre en constelaciones que acompañan el descanso. Sumergirse en un jacuzzi bajo las estrellas, brindar con una copa de albariño mientras el aire huele a leña, es una de esas experiencias que permanecen en la memoria mucho después del regreso.
Viajar a Galicia en otoño es descubrir que la belleza no necesita estridencias. El mar golpea con la misma fuerza de siempre, pero ahora su rugido es más íntimo, como un canto dedicado solo a quien se atreve a escucharlo. Los bosques no llaman la atención con la exuberancia del verano, pero se vuelven cómplices de caminantes que buscan rincones secretos. La gastronomía no se presenta como espectáculo, sino como verdad cotidiana: un guiso que reconforta, un marisco que sabe a mar, un desayuno que huele a infancia.
La escapada perfecta en la Costa da Morte tiene en otoño su estación más sincera. Y en el centro de ese círculo de emociones se alza A Torre de Laxe, no solo como hotel rural, sino como guardián del espíritu gallego. Quien llega aquí en esta época comprende que el lujo no está en lo grandilocuente, sino en la sencillez: en un paisaje que no necesita adornos, en un silencio que cura, en un rincón que invita a volver.
Porque viajar a la Costa da Morte en otoño no es simplemente conocer un destino, es entrar en un relato. Y cada viajero, al vivirlo, se convierte en protagonista de su propia historia: la de quien supo detener el tiempo, entregarse a la calma y regresar distinto.
Quien recorre el Camino dos Faros descubre que no solo ha caminado un sendero, sino que ha realizado una travesía interior. Ha aprendido a escuchar al mar, a mirar la vida con la paciencia de los fareros, a sentir el peso de la historia en cada piedra del litoral. Y al regresar a casa, lleva consigo un elixir invisible: la certeza de que existe un lugar donde la naturaleza se muestra con su rostro más puro y donde el ser humano puede volver a sentirse pequeño, vulnerable y profundamente vivo.
Ese lugar tiene nombre y tiene alma. Se llama Costa da Morte, y su mejor refugio, allí donde el viaje se convierte en recuerdo imborrable, es A Torre de Laxe. Quien se atreve con este camino ya no vuelve siendo el mismo: regresa más ligero, más libre, con el corazón renovado. Y sabe, con la certeza de los grandes descubrimientos, que en Galicia hay un sendero que no termina nunca porque empieza siempre en el recuerdo.