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El Camino dos Faros: una aventura que empieza y termina en A Torre de Laxe
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Camino dos Faros: una experiencia que transforma respira
Noticias Planes 08.10.2025
Hay viajes que no se miden en kilómetros, sino en transformaciones. Quien llega a Galicia buscando una escapada de aire puro y horizontes infinitos descubre tarde o temprano un sendero que parece tejido por los dioses del mar y del viento. Se llama Camino dos Faros, y no es solo una ruta de senderismo en la Costa da Morte, sino una experiencia que sacude el alma y la reconcilia con lo esencial. Allí, donde el Atlántico rompe con furia contra los acantilados y la luz de los faros guía desde hace siglos a los navegantes perdidos, el viajero inicia un camino que empieza y termina en un refugio de calma: A Torre de Laxe, un hotel rural con encanto que guarda entre sus muros la promesa del descanso perfecto tras la aventura.
Quien se atreve con este sendero comienza con una llamada silenciosa, casi imperceptible. Es la voz del mar, la brisa que huele a salitre y a libertad, el rumor de un horizonte que nunca se deja atrapar. El Camino dos Faros se despliega como un tapiz de ciento cincuenta kilómetros que une Malpica con Fisterra, enlazando playas vírgenes, cabos abruptos, aldeas marineras y bosques que parecen salidos de un sueño. No es una ruta cualquiera, es un viaje iniciático, un desafío físico y emocional que regala a cada paso una revelación distinta.
El héroe de esta historia, que puede ser cualquier viajero cansado de la ciudad o pareja en busca de un horizonte nuevo, comienza la marcha con una mezcla de expectación y respeto. Sabe que la Costa da Morte es un territorio indómito, bautizado con nombre de leyenda por la fuerza de su océano y la dureza de sus costas, pero también intuye que en esa aparente ferocidad se esconde una belleza imposible de describir sin haberla pisado. El sendero avanza entre acantilados donde el mar ruge con voz ancestral, pasa junto a playas desiertas donde las huellas desaparecen con la marea, serpentea entre faros que se alzan como guardianes eternos del Atlántico.
Cada faro es un personaje, cada tramo del camino una prueba. El de Laxe, recortado contra el cielo, vigila a los marineros y acompaña al caminante con su luz solemne. El Roncudo recuerda las gestas de los percebeiros que desafían las olas para arrancar el manjar más bravo del mar. Cabo Vilán, con su torre de piedra, es la señal de que uno ha llegado a la frontera del asombro. Y Fisterra, el fin de la tierra, guarda el clímax del viaje: la sensación de haber alcanzado el límite del mundo conocido y descubrir que, más allá, solo queda la vastedad del océano.
El cansancio se mezcla con el éxtasis, el sudor con la brisa fría, el silencio con el grito de las gaviotas. Y entonces, cuando los músculos piden tregua y el corazón late con fuerza de mar embravecido, aparece la otra cara del camino: el regreso a un lugar que sabe acoger y curar. El viajero vuelve a A Torre de Laxe como quien regresa a casa después de una larga travesía. Allí lo espera el murmullo de los árboles, el calor de la piedra que guarda historias, el refugio de una habitación con jacuzzi donde el agua caliente devuelve al cuerpo lo que el sendero arrebató.
Porque la experiencia del Camino dos Faros no termina en el último paso, sino en la intimidad de un descanso merecido. El viajero que ha cruzado playas y cabos descubre que el verdadero sentido del camino está en esa alquimia: la aventura que sacude y el refugio que reconcilia. Sentarse frente a un desayuno casero después de la caminata, probar el pan gallego aún tibio, dejarse envolver por el aroma del café y el murmullo lento del amanecer, es sentir que el viaje cobra un significado más hondo.
La Costa da Morte, con su carácter salvaje, exige entrega total, pero también sabe regalar ternura. Esa ternura se encuentra en cada detalle de A Torre de Laxe, en la chimenea encendida al caer la tarde, en la luz cálida que entra por la ventana, en el silencio que lo envuelve todo. La escapada se convierte así en un círculo perfecto: aventura durante el día, calma durante la noche, océano indomable y aguas calientes que invitan a olvidar el cansancio.
Quien recorre el Camino dos Faros descubre que no solo ha caminado un sendero, sino que ha realizado una travesía interior. Ha aprendido a escuchar al mar, a mirar la vida con la paciencia de los fareros, a sentir el peso de la historia en cada piedra del litoral. Y al regresar a casa, lleva consigo un elixir invisible: la certeza de que existe un lugar donde la naturaleza se muestra con su rostro más puro y donde el ser humano puede volver a sentirse pequeño, vulnerable y profundamente vivo.
Ese lugar tiene nombre y tiene alma. Se llama Costa da Morte, y su mejor refugio, allí donde el viaje se convierte en recuerdo imborrable, es A Torre de Laxe. Quien se atreve con este camino ya no vuelve siendo el mismo: regresa más ligero, más libre, con el corazón renovado. Y sabe, con la certeza de los grandes descubrimientos, que en Galicia hay un sendero que no termina nunca porque empieza siempre en el recuerdo.




